Por Otto Rodríguez
Los7Días.com
¡Qué tres semanas! Y pensábamos que el COVID-19 era la gran pesadilla.
Tal parece que el verdadero fin del mundo ha llegado con el temporal de anarquía que barre a Estados Unidos por estos días, pues en poquísimo tiempo las fuerzas del orden han pasado de ser una garantía de estabilidad social, a la entidad más vilipendiada por “protestantes”, la prensa y muchos políticos a todos los niveles.
Y la frase vociferada por los más ruidosos es “defund the police”.
Muy bien, exploremos la idea y comencemos por eliminar el Buró Federal de Investigaciones (FBI), la principal agencia policial de la nación.
Entre los objetivos primordiales del FBI está proteger a los Estados Unidos de ataques terroristas y de operaciones de espionaje foráneas, además de enfrentar agresiones cibernéticas y combatir la corrupción pública.
Esa agencia también está encargada de proteger los derechos civiles y combatir a organizaciones extranjeras y domésticas que promuevan actividades ilícitas, y enfrentar delitos violentos de gran magnitud.
Luego, eliminemos otras entidades policiales a nivel federal, entre ellas el Departamento de Seguridad Interna (DHS), el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF), la Agencia Anti Drogas de Estados Unidos (DEA), el Buró de Prisiones (BOP) y el Sistema Federal de Alguaciles (USMS), cuyos meros nombres indican las funciones que realizan.
Borremos después la Policía Estatal y también la de condados y municipalidades.
¿Qué va quedando del país y quién garantizará el orden para evitar que terroristas, asesinos, violadores, narcotraficantes y delincuentes lleguen a la puerta de tu hogar, no precisamente con un ramo de flores?
¿Quién entonces ayudará a mantener la paz ciudadana para evitar que simples y complicadas interacciones humanas terminen en tiroteos y muertes evitables?
¿Quién protegerá a la sociedad en su conjunto, desde las fronteras del país hasta el barrio más rural de Wyoming?
Una frase radical
Cuando una frase tan radical como “defund the police” resuena y es promovida en los pasillos del Congreso estadounidense, fundamentalmente dentro de las filas del Partido Demócrata, la nación está en peligro y ese lenguaje incita a negar de súbito la labor policial del país a todos los niveles. No creo que exista algo mejor para alentar la anarquía y el desorden, y estimular a todo tipo de delincuentes.
En medio del fragor del caos reciente, y sin haber ocurrido aún los primeros gritos enfilados a eliminar la policía, en la ciudad de Chicago hubo el pasado 31 de mayo 18 homicidios en apenas 24 horas, el día más sangriento en más de seis décadas, según cifras divulgadas por la Universidad de esa urbe.
Por otro lado, la Policía de Los Angeles dijo que durante la primera semana de junio los homicidios y las víctimas de tiroteos aumentaron un 256 por ciento y un 56 por ciento, respectivamente.
En Minneapolis, el epicentro de las “protestas” recientes, el diario Star Tribune reportó que más de 570 edificios fueron saqueados o vandalizados, y 67 de ellos totalmente destruidos, sin mencionar los saqueos y destrozos ocurridos de una costa a la otra en diferentes ciudades, entre ellas Seattle, donde el singular movimiento de moda ha establecido una “zona autónoma” tolerada por la alcaldesa y algunos políticos locales.
Más recientemente, han entrado en la fase de vandalizar y derribar monumentos históricos, primero los de figuras del Ejército de los Estados Confederados y luego los de célebres exploradores coloniales. ¿Qué viene después, el derribo de Liberty Bell e Independence Hall, el del Lincoln Memorial, reescribir la Constitución?
El comienzo
Esta realidad es apenas el comienzo de lo que nos espera si se concreta el llamado a desmontar las fuerzas del orden. Cuando los líderes del Partido Demócrata, en su afán de politiquería barata, se arrodillaron en el Congreso, simbólicamente validaron los nauseabundos aires de desorden que amenazan a la nación. Si fueran tan sinceros debieran comenzar por declarar innecesaria la seguridad personal que los acompaña a todos lados.
También espero que en todos estos proyectos de leyes que se cocinan en Washington por estos días, tengan en cuenta al ciudadano que obedece las leyes y que no tiene ningún temor a la Policía porque por lo general actúa correctamente. Y que también incluyan algunas garantías para cuando la delincuencia envalentonada toque a nuestras puertas.
Durante la noche más negra de Minneapolis, un graffiti pintado en una pared decía: “No towns [,] No Structures” (No ciudades [,] No Estructuras). Por mucho que quieran edulcorarlo con otros propósitos, esa frase encapsula bien la finalidad del movimiento actual y pone de manifiesto el verdadero problema que enfrenta Estados Unidos, el cual ha empequeñecido los ruidos inmigratorios. La intención es desmontar el país delante de nuestros ojos.
La situación actual no sólo ha polarizado aún más a la nación, sino que contribuirá a que muchos votantes moderados en los llamados “swing states” no tengan estómago para votar por candidatos demócratas.
Cuando llegue el próximo noviembre, la mayoría silenciosa en Estados Unidos, esa que desea vivir en paz y trabajar por el progreso, independientemente de la política, deberá escoger entre el menos repulsivo de dos purgantes: un Partido Demócrata totalmente embriagado por las corrientes más radicales de la izquierda, y el Donald Trump desmesurado que ya conocemos.
Creo que esa mayoría va a tener que echar mano al sabio refrán que dice “Más vale malo conocido, que bueno por conocer”. Y cuidado el actual presidente no se embolsille también la Cámara de Representantes.
