Por David J. Hall
Los7Días.com
Nunca pensé que diría esto con la intención de que fuera cierto.
Hace mucho tiempo, por razones muy válidas pero que no vienen al caso, decidí que “nunca voy a tener un arma”. Nunca he sido aficionado a las armas; ni para deporte, ni para caza, ni siquiera para defensa. La única arma que he disparado en mi vida fue un fusil FAL belga, cuando tenía veintitantos años, durante un entrenamiento militar en la Reserva. Creo recordar que no lo hice muy mal y que el FAL “patea” bastante al disparar. Nunca más me pasó por la mente tener o disparar un arma. Primero, porque en Cuba era, es imposible, para un ciudadano no militar o miembro de los cuerpos represivos tener acceso a un arma, so pena de cárcel o muerte y, segundo, porque, de nuevo, nunca me han interesado las armas.
Pero nunca es una palabra que abarca demasiado tiempo, no sin razón dice el dicho “nunca digas nunca”.
El martes 5 de noviembre, hubo elecciones estatales en varios estados, incluido Virginia, donde vivo desde hace casi 40 años. En aquel entonces, el estado era aún sólidamente conservador y Republicano. Fue sólo en 2004 que Virginia votó Demócrata en las elecciones presidenciales por primera vez desde 1952 y, de hecho, fue el único de los 11 estados confederados originales en votar Demócrata en esos comicios.
Estado “purple”
Pero, eso era entonces y esto es ahora. A partir de 2008, con la elección de Barack Obama, Virginia pasó a ser un estado purple, es decir, con un gobierno dividido entre Republicanos (rojo) y Demócratas (azul). En estas pasadas elecciones, Virginia pasó a ser un estado azul sólido dominado políticamente por los Demócratas, y las consecuencias ya comienzan a verse.
La razón de este cambio no radica en que, de pronto -ni siquiera lentamente- la gran mayoría de los virginianos hayan abandonado la filosofía conservadora y abrazado el llamado progresismo liberal que predican los Demócratas. De hecho, una mirada al mapa electoral de Virginia refleja un estado casi totalmente rojo, con una zona de azul intenso, casi como una extensión de Washington, DC, y otra mucho más pequeña en el área de la capital estatal Richmond. Virginia, pues, es un estado mayoritariamente republicano y conservador dominado por un área Demócrata liberal relativamente pequeña, pero densamente poblada.
La razón principal ha sido el dramático cambio demográfico en la región Virginia del Norte, aledaña al Distrito de Columbia. Aquí, como en el Distrito (Washington), se han asentado en los últimos 25 años decenas de miles de inmigrantes, legales e ilegales, provenientes de varias partes de le mundo, pero mayoritariamente de Centro América y, en menor grado, de Asia -coreanos y vietnamitas. Es sabido que, por razones diversas, los votantes de origen hispano, con excepción de los cubanos, se inclinan mayoritariamente hacia el partido Demócrata.
El otro elemento de gran peso en el cambio demográfico/político es el hecho de que el área metropolitana de Washington, que incluye Virginia del Norte, atrae a decenas de miles de personas de todo el país como empleados del gobierno federal y de grandes contratistas para el gobierno que, como es también sabido, votan mayoritariamente Demócrata.
“Las Elecciones Tienen Consecuencias”, dijo ominosa y arrogantemente -pero con toda razón- el Presidente Obama a raíz de ganar las elecciones de 2008… y por eso es que he decidido comprarme un arma. De un estado donde las manifestaciones de patriotismo eran una virtud, el apego a la ley un principio indiscutible, el derecho a la vida de un bebé por nacer, sagrado, salvo en casos extremos, y poseer y portar armas un derecho constitucional inviolable, hoy Virginia, dominada por Virginia del Norte, es un estado donde desplegar la bandera de los Estados Unidos puede considerarse ofensivo, recitar el Juramento de Lealtad, racista, el aborto en el último trimestre legal y aceptable, incluso, la posibilidad, si la madre lo decide, de matar a un bebé que ha sobrevivido un aborto (no, no estoy exagerando).
Valores tradicionales
Pero, este desmoronamiento de los valores tradicionales en Virginia había sido paulatino. El derecho que más celosamente los virginianos han protegido hasta ahora ha sido el de poseer y portar armas, como establece la 2da enmienda a la Constitución. De modo que, para que no quede duda alguna de ”quién manda aquí”, el gobernador Ralph Northam, casi sin haberse terminado de contar los votos, anunció que iniciará una campaña para confiscar las armas. Yo era muy pequeño entonces, pero aún recuerdo al gobernante de mi país de origen decir “¿Armas para qué?”… y me tocó sufrir los resultados por casi 20 años. No aquí.
El debate sobre la validez y méritos de la 2da enmienda es un asunto candente en muchas partes del país, y se convierte en tema nacional cada vez que ocurren asesinatos masivos por armas de fuego. La carga emocional que acompaña la pérdida de vidas imprime ribetes dramáticos y con frecuencia irracionales al debate. Los que se oponen a la tenencia de armas alegan que la facilidad -real o percibida- para obtener un arma es el principal culpable de las masacres. Los que defienden la 2da enmienda, yo entre ellos, razonan que un arma es tan culpable de una muerte como un lápiz del resultado de un examen. El símil, no por simple, deja de ser cierto.
Un hecho que con frecuencia se pierde en el calor del debate es que en Estados Unidos mueren muchas más personas en accidentes de vehículos, por sobredosis de drogas o por una simple gripe, que provocadas por armas de fuego, incluso contando los casos de muertes múltiples o masacres.
“Nadie necesita un AK-47 o un AR-15 para cazar o defenderse”, es un argumento favorito de los que se oponen a la posesión de armas. Pero es un argumento falaz; los padres fundadores de la nación y los firmantes de la Constitución no estaban pensando en la caza como necesidad para subsistir, ni siquiera la defensa personal, cuando entronizaron el derecho a poseer y portar armas en la Constitución. “Dado que para la seguridad de un estado libre es necesaria una milicia bien regulada, no se podrá infringir el derecho de los ciudadanos a poseer y portar armas.” La razón suprema del derecho a portar armas es la seguridad de un estado libre.
Una milicia
Los que se oponen a este principio se escudan tras la frase “una milicia bien regulada” y entienden que la misma significa el ejercito o la Guardia Nacional. Pero resulta significativo que los signatarios de la Constitución no utilizaran esas palabras, sino “una milicia…” es decir, ciudadanos armados (con sus propias armas) y organizados para defender su libertad. El debate sobre el significado exacto, por supuesto, está lejos de resolverse, pero he visto demasiados casos de lo que puede suceder cuando a los ciudadanos se les niega el derecho a poseer armas. Los ejemplos abundan, pero los más cercanos son quizá Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia!) (aunque al momento de escribir este artículo, acaba de anunciarse la renuncia de Evo Morales. Y si alguien piensa que Estados Unidos, por su condición democrática de más de dos siglos, está exento de esa posibilidad, recuerde que el guardián principal de esa democracia es precisamente el hecho de que más de 47 por ciento de las familias estadounidenses poseen en total más de 390 millones de armas.
Como brillantemente lo planteara hace poco el humorista Dave Chappelle: “La primera enmienda es la número uno por una razón; la Segunda está ahí en caso de que la Primera no funcione.”
Yo, por si acaso, voy a comprarme una pistola.
