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¿Se ha puesto usted a pensar lo caro que se paga en este país un exabrupto de sinceridad?
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En Estados Unidos se pagan caros los exabruptos de sinceridad

Por Roberto Casín
Los7Días.com

Nunca se ha preguntado por qué los hijos de los americanos son tan diferentes de los nuestros. Los de nosotros los hispanos gritan y lloran, son escandalosos y no dudan en exteriorizar sus sentimientos. Los de ellos callan, y como buenos anglosajones ni parpadean con tal de que nadie sepa cómo piensan.

No nacen con esa recatada cautela, la aprenden desde la infancia. Y ya de grandes logran enmascarar tan bien los trances difíciles, que a veces cuesta trabajo distinguir cuando los asalta el rubor de cuando se atoran con un chicle. El americano prototipo es capaz de sonreir bajo una tempestad y contener las lágrimas en medio de un naugrafio de tristezas. Eso sí, no lo hace por mal. Es una cualidad genuina. Como diría un sociólogo: cuestión de idiosincracia. Decir lo contrario sería rayar en la calumnia.

Ese temperamento los predestina a ser exitosos hombres de negocio. Desde pequeños se educan con una suficiencia e independencia tal que los hace fuertes competidores, con un estómago a prueba de cólicos, impasibles neuronas y escrúpulo de gladiadores. De ahí que tantos lleguen a millonarios. Y eso está bien.

Sinceridad oculta
Virtudes aparte, lo que a algunos exaspera es que se tomen la vida tan metódica y fríamente. Se ha puesto usted a pensar lo caro que se paga en este país un exabrupto de sinceridad. Nada de bofetones a insolentes aunque se pasen de rosca; nada de mentar la madre a granujas o miserables; nada de piropear a una mujer, por muy poético y romántico que sea el cumplido, pues cuando viene a ver está usted demandado por acoso sexual.

Tales osadías no quedan impunes. Además, son vistas con cierto tinte de antipatriotismo. Simple y llanamente, un americano no se comporta así. Por eso en la nación hay todo un culto a la armonía pública, al silencio, a la amable condescendencia y la moderación.

Hay quien dice que tanto freno de pasiones termina por desbordar la copa de la sensatez, y a veces de la peor manera. Nadie puede dar fe de cuántas bofetedas reprimidas son culpables luego de impulsivos y tremebundos hechos de sangre. Las cárceles están llenas de maníacos y las consultas de los sicólogos desbordadas de gente deprimida o acosada por el estrés.

Aplazando rencores
Vista de esa manera, la pulcritud de emociones que se respira en las calles, espanta. No deja de haber gente buscapleitos, bulliciosa y temperamental, pero por mandato son una minúscula excepción. So pena de que el hígado reviente, la norma excluye toda discusión acalorada: nada de insultos proferidos a voz en cuello, nada de hacer justicia por boca propia y cantarle a un tipo a rajatablas las cuarenta.

Eso, en buen inglés, es de mal gusto, atenta contra la estabilidad pública, ignora las cortes y las leyes, y de paso priva de trabajo a los abogados litigantes, sin quienes, dicho al vuelo, el país no hubiera llegado a ser todo lo grande que es hoy. En buen español, aquí no se tiene esa creencia nuestra de que las peores broncas pueden dar lugar a las mejores amistades, nacidas de los residuos de la ira, cuando ya no quedan ánimos ni razones para un puñetazo más.

Los americanos, como buenos ciudadanos de un estado desarrollado, prefieren aplazar rencores y cuentas para cuando se presente la oportunidad de hacerlo ante un juez, sin pasiones malsanas de por medio. Para decirlo con sus propias palabras, cuando ya no haya hard feelings y no los mueva nothing personal. Inexorablemente después viene el remate, entre nosotros la puñalada trapera. Es entonces cuando pronuncian su candoroso I´m sorry. Y hay que entender que aunque en ese momento lleven en la palma de la mano, aún sangrando, el ojo del adversario, es cuestión de idiosincracia. No lo hacen por mal.

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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