El escritor Jorge Luis Borges (en la foto) se reunió en 1970 con el autor de este artículo en Buenos Aires.
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Cazando huevos fritos con Borges

Por César Chelala
Los7Días.com

Recientemente, hablando con una psiquiatra argentina sobre Jorge Luis Borges, considerado como uno de los más grandes escritores del sigo XX, me contó de la única vez que lo había visto. “Yo tenía 14 años y quería estudiar literatura en la universidad y convertirme en escritora. No solo estaba embelesada por su personalidad sino que Borges era un héroe para mí. Fui entonces a una conferencia que él dictaba en un centro cultural de Buenos Aires.

Encontré una gran discrepancia entre su apariencia física y la calidad de su presentación. Lo vi como un hombre viejo y cansado –impresión incrementada por la mala iluminación del lugar– pero la magia de sus palabras me transportó a otro mundo, el mundo de la imaginación. Después de la conferencia, decidí que no estudiaría literatura, ya que nunca sería capaz de escribir como él. Al salir, había varios libros a la venta. Compré uno llamado Medicina Psicosomática, de Eric Wittkower y Héctor Warnes. Después de leer ese libro decidí ser psiquiatra, una decisión de la que nunca me arrepentí. Puedo decir que a pesar de que vi a Borges sólo una vez, él cambió radicalmente mi vida”.

Una experiencia distinta tuvo la escritora tucumana Mercedes Chenaut. En su libro Tremendas cuenta sobre su encuentro con Borges, cuando era una joven estudiante universitaria: “Estuve a su lado. Lo toqué o casi. Hablé con él –tímido Borges, mucho más tímida yo porque mis 20 años así lo exigían–. Era una devota comiendo al lado de su dios.”

En la Univesidad de Tucumán
Se trataba de un banquete que le ofrecía al maestro la Universidad Nacional de Tucumán, porque acababa de dar una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras. Corría el año 1978. Entonces Borges me preguntó: “¿Usan ustedes la palabra velorio o velatorio?” Le contesté, temblando: “Algunos grupos prefieren velatorio, pero velorio es más usada”.

“Me alegro”, respondió Borges, “para qué usar un vocablo con una sílaba más si existe la opción más corta”. 

Eso me envalentonó para decirle: “He leído con felicidad su último Heráclito, en el suplemento literario de La Nación“. Él dijo entonces, con la mirada ausente, como todos lo reconstruimos: “Nunca recuerdo lo que escribo o publico”.

“Entonces”, dice Mercedes, “yo recité, casi en estado de trance, los primeros versos: Heráclito camina por la tarde/ de Éfeso. La tarde lo ha dejado,/ sin que su voluntad lo decidiera, /en la margen de un río silencioso/ cuyo destino y cuyo nombre ignora./ Hay un Jano de piedra y unos álamos..Cuando terminó Borges le dijo: “Gracias, gracias por haberme hecho recuperar algo que creía definitivamente perdido”.

Ese encuentro con Borges la encaminó definitivamente hacia la literatura.

Amaba los chistes
Aunque cuando uno lo lee se puede pensar que Borges era una persona muy seria, en realidad era un hombre que amaba los chistes y siempre tenía respuestas inesperadas a los acontecimientos cotidianos. Mario Rojman, un amigo con quien hablé recientemente en Buenos Aires, me dijo que cuando Borges visitó Perú él era un agregado de la embajada argentina. Durante esa visita de Borges, el Rey y la Reina de España decidieron visitar Perú. Cuando Rojman le dio a Borges la noticia este comentó, con una sonrisa no desprovista de ironía: “Espero que no nos molesten… “

Su sentido de lo irónico nunca lo abandonaba. Cuenta María Esther Vázquez, quien fue su secretaria y luego su compañera (en el libro El Otro Borges de Mario Paoletti), que en una ocasión, cuando estaba con un grupo de señoras les dijo, mientras se dirigía al baño: “Voy a darle la mano a Monseñor”. Cuando Borges regresó una de las señoras le recriminó: “A los monseñores no se les da la mano, Georgie, se les besa el anillo”.

El escrito argentino Abelardo Castillo contaba que, en una ocasión, le preguntó a Borges qué opinaba sobre Sartre. Borges le respondió, sonriendo: “Bueno, caramba, yo no suelo pensar en Sartre”.

Por su parte Ezequiel de Olaso, filósofo y ensayista argentino, contaba que una vez le había propuesto a Borges que se reunieran con un grupo de jóvenes poetas, algo similar a lo que Borges había hecho en una oportunidad con un grupo de jóvenes en un programa de televisión en Nueva York. En aquella oportunidad, algunos jóvenes, con emoción no contenida, lloraban en silencio al escucharlo. Borges se negó a repetir la experiencia, aunque le dijo a Ezequiel de Olaso en un tono confidencial, falsamente grave pero con inevitable humor: “Mire, yo soy viejo, soy ciego, soy poeta y soy latinoamericano. Si no lloraban eran unos canallas”.

Uno de los grandes admiradores de Borges es Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura de 2010. Borges nunca ocultó su desprecio por la política. Cuando era un joven reportero una radio parisina envió a Mario Vargas Llosa a entrevistarlo. Vargas Llosa aprovechó para preguntarle qué era para él la política. “Es una de las formas del tedio”, le respondió Borges.

En una entrevista con The Paris Review, Vargas Llosa dice que se encontró con Borges en diferentes partes del mundo. Una vez, cuando Borges visitaba Lima, Vargas Llosa dio una cena para él. Al final de la cena, relata Vargas Llosa: “… él me pidió que lo llevara al baño. Cuando estaba haciendo pis de repente dijo: ‘Los católicos, Ud. cree que son serios? Probablemente no’…”

Mi encuentro
En 1970  tuve el honor de conocer personalmente a Borges cuando estábamos viviendo con mi esposa Silvia Inés en Buenos Aires. En esa época no teníamos mucho dinero ni contactos personales, lo que hizo que nuestra vida cotidiana fuera difícil y estresante. Ella estaba tomando cursos de literatura en el Instituto de Lenguas Vivas.

Uno de sus profesores era un estadounidense llamado Donald A. Yates quien tradujo el libro de Borges Laberintos: Escritos seleccionados. Un día, nos invitó a mi esposa Silvia Inés y a mí a cenar con él y Borges a un restaurante muy conocido. Para nosotros, fue un acontecimiento maravilloso, ya que alteraba la rutina de nuestra vida diaria. Y Borges no nos decepcionó. Era prácticamente la única persona que habló toda la noche.

Al enterarse de que mi mujer era de origen vasco de ambos lados de su familia, habló mucho sobre la historia vasca. Había venido a cenar solo y ya era prácticamente ciego. Ordenó un par de huevos fritos, que fueron traídos a él en un plato hondo con una cuchara. Durante mucho tiempo trató de atrapar los huevos con la cuchara, y lo único que lograba era empujarlos a un costado del plato. Aunque nos sentíamos mal al ver esto, a Borges no le molestaba en absoluto, y siguió hablando como si nada inusual estuviera ocurriendo. Para un escritor ciego, acostumbrado a vivir de los recuerdos del pasado, parecía demostrar que la vida de la imaginación era para Borges más importante que la vida real.

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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