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En las redes sociales cada quien escribe y edita su propia historia.
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Estamos viviendo en un maremoto digital

Por Otto Rodríguez
Los7Días.com

Una breve imagen con letras que publicó recientemente un antiguo colega y amigo en una de las onmipresentes redes sociales me puso a reflexionar hasta dónde hemos llegado con esta embriaguez digital que inunda nuestros días.

Él decía en su muro: “Estudios recientes comprueban que uno puede ir y volver de cualquier lugar perfectamente sin publicarlo”.

Vale decir que este amigo y yo fuimos pioneros, no ha de confundirse con otro tipo de pioneros, del entusiasmo que provocaba a principios de la década de los 1990 lo que entonces se conocía como la “supercarretera de la información”, que hoy todos llamamos internet. Por tanto, no somos precisamente enemigos de la tecnología y de la maravilla y conveniencia que irradian los dispositivos modernos.

De hecho, fue él quien pudo explicarme de manera convincente por qué mi primer monitor debía ser un .28 dot pitch, en aquellos tiempos en que el disco duro de las computadoras más avanzadas apenas tenía 128 megabytes de espacio.

Las redes sociales
Pero lo cierto es que con las redes sociales, y su capacidad de permitirnos compartir hasta la saciedad, se nos ha ido bastante la mano. Ese hábito común de muchos de tener que divulgar hasta el más mínimo detalle de sus vidas va extinguiendo a pasos agigantados uno de los valores más preciados de las sociedades libres, la privacidad.

Y lo peor es que en ese universo de las redes sociales, en el que cada quién reporta y edita su propia historia, va siendo cada vez más difícil distinguir entre mito y realidad.

Basta un breve paseo por el andamiaje social para ver no sólo el sitio exacto donde ahora mismo se encuentra la gente más irrelevante del planeta, sino la hora precisa en que se alimentan, los platos que ordenan, el interior del auto que conducen (si es de lujo mucho mejor) y hasta fajos de billetes bellamente deslizados sobre los exuberantes muslos de muchachas cuya juventud ha sido bastante apurada.

Ver todo eso me inspira una tremenda nostalgia por las inocentes salas de “chateo” del America Online de los 90, por aquel ambiente estéril en que para hacer una búsqueda había que emplear un gopher y esperar pacientemente a que el módem terminara sus peripecias de enviar y recibir. Aquellas salas donde el discurso humano no se resumía a un “Like” o un breve comentario, y en las que la tecnología no le ponía un límite de 140 letras a la expresión humana.

Internet democrática
Por aquel entonces muy pocos imaginaban adónde nos llevaría la democratización del espacio cibernético de los últimos años. Esa que permite a un blogger, o más bien a cualquiera, decir lo que le viene en gana sin la más mínima pizca de realidad, y que ha puesto en jaque no sólo a la información veraz y objetiva, sino a los medios que tradicionalmente la practicaban y cultivaban.

Nunca me gustaron los monopolios de la información, pero creo que el mundo era un lugar mucho más serio antes de esta moda de turno que propicia a muchos fabricarse un universo de celebridad que ni ellos mismos logran creerse.

Espero que esta travesía digital, que ha sepultado los libros de papel y prefiere la frialdad de un mensaje de texto en lugar de la voz cálida de un amigo del otro lado del auricular, no logre cercenar los vínculos milenarios de tocarnos, hablarnos, abrazarnos y buscar un contacto directo, antes que apelar a un montón de bytes pasados por los filtros de un inerte servidor.

Por lo pronto, como el espectáculo debe continuar, seguiré disfrutando de la conveniencia de recibir en mi puerta toda la mercadería del mundo, guardar y leer cientos de libros en mi Kindle, y llevar una minuciosa historia de cuántas millas recorro en mis aventuras ciclísticas de fin de semana.

En lo que se refiere a las redes, seguiré tratando de escoger bien los amigos, y así exponerme lo menos posible al maremoto de frivolidad que las ahoga.

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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