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Los magníficos hablan con demente certeza y predican sus conocimientos con fervor.
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Los magníficos son alérgicos a las virtudes ajenas

Por Roberto Casín
Los7Días.com

En tierra propia ellos se creen los elegidos. Y en tierra ajena también. De muy jovenes todos les celebran su perseverancia y afán de progreso. Después, son muy pocos los que no se lamentan de haberlos encumbrado. Poseen el don de la palabra y no es raro verlos asumir el papel de tribunos.

Los magníficos hablan con demente certeza y predican sus conocimientos con fervor. Tanto es su anhelo por sobresalir que nunca admiten errores. Y pobre del que les señale una falta. Ellos no pierden, son infalibles. Y por eso no son dados a los juegos de azar.

Su fe de vida da cuenta de las siguientes aficiones, deporte favorito: la pedantería; pasatiempo predilecto: la presunción; parte del cuerpo que más cuidan: el pescuezo; amor preferido: el amor propio. Y es que ellos no se enamoran de nadie, lo seducen. No persuaden, enajenan.

Los magníficos no tienen amigos, sino admiradores. Si usted les pide un favor, no está demostrándoles confianza sino idolatría. Y si en vez de uno les pide dos, entonces por ley usted pasa a ser, quiéralo o no, un súbdito. Eso, la obediencia, es para ellos la mejor muestra de gratitud.

Rencor extremo
No son desinteresados ni modestos, aunque presuman serlo. Eso sí, son en extremo rencorosos. No perdonan que se les ignore, y menos que se les desdeñe. No toleran el lustre ajeno. Y aunque no son nadie sin la gente, en el fondo desprecian a los demás.

Les ahoga la soledad, pero más les asfixia que las multitudes no los reconozcan en público, que no sepan quiénes son y los condenen a ser sólo uno entre muchos más. Adoran escucharse a sí mismos y por eso hablan y hablan de cualquier cosa. Después de todo, no falta quien les haga coro.

Tienen una particular debilidad por la imagen pública. Disfrutan sin límites que les tomen fotografías, pero su verdadero orgasmo de espíritu es que los paren ante una cámara de televisión. Se cuidan el rostro con esmero. Jamás riñen, no porque sean cobardes. Hay que entenderlos. Es cosa de imagen. Todo el encanto puede írseles a pique de un bofetón.

En todas las profesiones
Son siempre propensos a las ofensas, nunca a los elogios. Y si son jefes, prepárese. Usted nunca tendrá la razón. Pero no crea que siempre les fue bien. Como todas las especies exóticas, también tuvieron épocas difíciles. Eran otros tiempos, cuando no se rendía tanto culto a la improvisación. Y al decir del refrán, había pocos tuertos en el país de los ciegos.

La gente, inadvertida de que con los años llegarían a ser los magníficos, los calificaba cortamente de charlatanes. Y hasta llegaban a provocar lástima, pero nunca alarma. Cuestión de aritmética, entonces no eran tantos. Tampoco estaban en demasiados sitios a la vez. Hoy ejercen todas las profesiones: la política, la medicina, el arte, la jurisprudencia, las finanzas, el periodismo, la arquitectura… Y no les hace falta destacarse en ninguna en especial, porque de todas saben.

Según la academia de la lengua, por definición, son suntuosos, espléndidos y admirables. Pero en la jerga callejera son matreros, abusones y engreídos. Hasta aquí los adjetivos. Ahora póngales usted nombre. Mire alrededor que, con toda seguridad, hay uno cerca.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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