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Según la ciencia, el enamorarse no es producto de otra cosa que de reacciones químicas en cadena.
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Cupido en bancarrota

Por Roberto Casín
Los7Días.com

Son perseverantes y voluntariosos por naturaleza. A ellos les debemos muchos de nuestros adelantos. Y aunque todavía ignoran infinitamente mucho más de lo que saben, no podemos dejar de estarles agradecidos. Hablo de los científicos por quienes hasta ahora sentí una admiración especial, pero que a decir verdad empiezan a parecerme unos aguafiestas y unos aburridos.

Y todo por el amor. Resulta que lo que desde el origen hemos tenido como fruta paradisíaca, placer supremo, medio y fin de muchísimos menesteres, divina inspiración de artistas, astrólogos y cartománticos, y en adición fuente de trabajo de un ejército de profesionales, incluidas las prostitutas, no es más que el corolario de una simple y vulgar ecuación química.

Según la ciencia, el enamorarse no es producto de otra cosa que de reacciones químicas en cadena, con un desenlace que resulta tan adictivo como cualquier droga. Lo de la adicción ya lo sabíamos, pero de ahí a imaginar que todo se debe a la absorción de un átomo, la fragmentación y cambio de estructura de una molécula o a un trueque de electrones, es mucho pedir.

Un asunto de dopamina
Si les damos crédito a los investigadores, la clave de ese sentimiento volcánico que se experimenta con el sexo está en la secreción de una sustancia llamada dopamina, un ábrete sésamo de la atracción. En la cicuta amorosa se añaden además otros componentes que en buena lid explican fenómenos tan afines a los lances eróticos como el de los deseos obsesivos.

De manera que en la ilusión con que se le regala una rosa a la esposa o la novia, digámoslo así: hay más de electrólisis que de galanteo. Una declaración de amor no es más que un postulado químico, y el apasionado beso de una pareja se reduce a un grotesco binomio molecular. Quién nos lo iba a decir, que las delicias del coito son sólo una irrefrenable interacción cinética regida por la búsqueda de un pequeño ión.

Lo que me parece una infamia es que después de tantos siglos quemándonos las pestañas haciendo cartas y poemas de amor, vengan a decírnoslo así tranquilamente, sin reparos y con la misma frialdad con que se destripa un cadáver en la morgue. Que ya no hay misterio. Que nada hay de sublime en el embrujo de una caricia a media luz o la arrolladora fuerza de un abrazo pasional. Que tu pareja es la que te toca. Que las flechas de Cupido son un embuste y váyase a saber.

Amor por receta
Siempre habrá algunos que tomen como pretexto esos descubrimientos para no regalar más chocolates, renunciar a donjuanes y hasta bajar del sitial a Venus. Y viviendo en un mundo tan comercial como el que vivimos, no me extrañaría que además de Viagra no falte tampoco a quien se le ocurra suministrar el amor por receta vendiendo jarabe de oxitocina, píldoras de serotonina y gotas de testosterona en las farmacias. Y que en las universidades se abra una nueva cátedra, la de doctores en ciencias bioquímicas de la sexualidad.

Yo soy de los que me aferro a creer que el amor seguirá siendo un hechizo, una fantasía que todos estamos dulcemente condenados a disfrutar.

Los científicos podrán agriarle el encanto del amor a los novicios, a los que nunca besaron a la novia a escondidas o se anticiparon atrevidamente a la adultez y, entre sobresaltos y suspiros, tuvieron su bautismo varonil al abrigo de unas hospitalarias caderas. No podrán amargárselo tampoco a quienes alguna vez como el poeta sintieron que es hielo abrasador, fuego helado.

Y en horabuena tampoco alcanzarán a borrar con la frialdad de sus fórmulas y deducciones la magia de aquella estrofa de Armando Manzanero que muchos, de corazón, seguirán tarareando entre copa y copa: adoro el brillo de tus ojos / adoro la forma en que suspiras, / y hasta cuando caminas, / yo te adoro, vida mía.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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