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En Miami hay lugar para muchos, juntos pero no revueltos, desde refugiados clásicos hasta otros menos auténticos.
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El Miami que es y el que no es

Por Roberto Casín
Los7Días.com

Eso de que Miami es un crisol, un melting pot, donde las culturas se funden, siempre me ha parecido una gran estafa. Es más, un desvarío literario, un soporífero para que no se note la diversidad. Miami es mutlingüe y multiforme, abigarrada y plural. En cualquier sitio, el más melodioso yes puede entrecruzarse con un iracundo no, y lo mismo da comerse unos french fries que unas croquetas. Quizás sea la única ciudad hispana de Estados Unidos donde tantos inmigrantes no dejan de preguntarse, irreverentes, por qué algunos americanos se aferran a seguir hablando inglés.

Se le ha querido dar muchos nombres: capital del Sol, Puerta de las Américas…y algunos más. Alguien incluso una vez la tildó peyorativamente de República Bananera. Pero todos esos apodos han sido en vano. Cada cual identifica a Miami a su manera. Para los venezolanos es ya una segunda Caracas, sin chavistas, o sea, sin malandros; para los colombianos, otra Bogotá, pero sin guerrillas; para los nicas, una segunda Managua, sin sandinistas ni plagas semejantes. De igual manera para argentinos, peruanos, dominicanos y tantos otros. Ni qué decir los cubanos, que fueron los primeros en parcelar sus ciénagas, cultivar malangas e inundar los mercados de juegos de dominó.

Ciudad globalizada
Ya hace años, en una de esas grandes oleadas de refugiados, según el anecdotario popular, los americanos se atemorizaron tanto que muchos plantaron su bandera en el jardín de la casa, pensando que así podrían resistir mejor la invasión, y con el mandato a sotto voce de que si se perdía la batalla, el último que se fuera de la ciudad arriara la tela y se la llevara en la maleta. Todo parece indicar que esa escaramuza ya la dieron por perdida. Lo cierto es que el Miami de hoy es el de las cien banderas, a la que galantean nobles y plebeyos; donde conviven el patacón y las mariquitas, como también lo hacen culturas paralelas, entroncadas solo por el español, heredadas de taínos, mayas, araucanos, incas, y aymarás.

Por fortuna Miami también es una ciudad globalizada, pero no amorfa ni uniforme, donde lo mismo se tararea una canción de Celia Cruz, que una de Frank Sinatra o de Juan Luis Guerra; donde los impuestos son más sanguinarios que los tiburones y caimanes; donde hay más botánicas que hospitales; donde los autobuses –descontados los escolares– son una rareza, y la línea del metro tranquilamente puede medirse con una cinta métrica, a lo sumo en centímetros. Hay quien la considera una Meca del ilusionismo, donde de cada cinco turistas que entran sólo salen cuatro, y el quinto desaparece con la misma habilidad con que un mago convierte conejos en pañuelos. Es el Miami, donde hasta hace poco no había mexicanos, pero los tacos ya tienen tanta publicidad como el pan con bistec y la yuca con mojo de los cubanos.

Crecimiento desenfrenado
Qué se va a hacer, Miami crece hipertrófica y aceleradamente. Y es también por eso la ciudad de las promesas, donde por cada obra pública terminada, entre tanto aprovechado y timador, siempre quedan otras inconclusas. Es además la ciudad donde más peajes se paga por hora al volante, hay más políticos que barcos de recreo por kilómetro cuadrado, y donde el galopante costo de la vida ha ido reduciendo el sueño americano al breve cabeceo de una siesta.

Pero más allá de sus manchas e inexactitudes, es una ciudad que atrae, a la que todos quieren venir a solearse, a estampar su pasaporte y a comprar bisuterías; una ciudad en la que a pesar de la proximidad de los pantanos, hay menos mosquitos que turistas; tierra donde felizmente las hamburguesas y perros calientes han ido siendo poco a poco desplazados por las empanadas, las papas rellenas y los pastelitos de guayaba; donde el café paliducho y aguado de los americanos –trabajo costó- es ya reconocidamente un insulto al paladar.

No hay dudas de que en Miami hay lugar para muchos, juntos pero no revueltos, desde refugiados clásicos hasta otros menos auténticos, desde anticomunistas probados hasta socialistas de tertulia, desde perseguidos autóctonos hasta fugitivos del fracaso en tierra propia, que vienen a oficiar de profetas en la ajena. Hay de todo como en botica, desde vitaminas hasta purgantes. Y a pesar de que siempre sobren razones para que cada quien añore la legítima, la metrópoli de cuna, hasta ahora parecen estar en minoría los que han logrado descubrir fuera de Miami una réplica mejor.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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